17 julio 2010

Un dia cualquiera


Un día cualquiera
¡Riiiing!, ¡riiiing!, riiiing!, se oía dentro de la habitación la cual se hallaba en penumbra, una mano apareció por debajo la almohada buscando el interruptor para apagar semejante sonido, al no conseguirlo esa misma mano le pego un manotazo mandando al pobre despertador al otro lado de la habitación. Poco a poco el cuerpo que se encontraba tendido en la cama comenzó a incorporarse, lentamente sus ojos comenzaron a abrirse dirigiendo su mirada hacia los números fluorescentes del despertador que poco antes había tirado, en el marcaban las seis de la mañana, giro la cabeza a la derecha y en el galán vio el pantalón blanco, la camisa blanca, zapatillas blancas, faja roja y pañuelo para el cuello rojo, todo preparado para cumplir una promesa a su padre fallecido tres mese atrás.
José Antonio como se llamaba su padre había nacido en Pamplona y corrido hasta los veinticuatro años el encierro hasta que emigro a Argentina y creó una familia, de allí era Juan Carlos un abogado de fama y que ahora se encontraba en los San Fermines para correr un tramo del encierro como le prometió a su padre ya fallecido. Con el habían ido Gerardo y Juan, este ultimo torero y el que lo había preparado con sesiones maratonianas de correr en los prados e incluso el que le había preparado hablándole de toros y de lo que se encontraría en Pamplona, sobre todo en las calles, algo que él había visto el día de antes quedándose asombrado de la cantidad de gente que saltaba al recorrido del encierro. Poco antes en la comida le habían explicado cómo funcionaba el tema desde el sonido del chupinazo que era la señal para que los toros salieran hasta lo que tenía que hacer si se caía – Sencillo- le dijo Armando un corredor experimentado-metiéndose una cucharada de pochas a la boca, si te caes quédate tapándote la cabeza quietecito en el suelo hasta que alguien te avise tocándote, así lo único que te llevaras es que te pisen pero con ello evitaras que te corneen -  lo soltó quedándose tan pancho, cuando yo estaba aterrorizado con solo acordarme de los bichos que había visto por la mañana y de los cuerno que tenían y para colmo de males aquella misma mañana ¡dos corneados graves vi!.
Me levante y me fui a ducharme, mientras el agua recorría mi cuerpo llamaron a la puerta de mi habitación, enrollándome una toalla Salí al hall -¿Quién es!- el camarero señor, le traigo el zumo- . Abrí la puerta dejándole paso y mande colocar el zumo encima la mesa, firme y salió, lo cogí y me lo bebí de un trago. Termine de secarme y comencé a vestirme en esas estaba cuando llamaron a la puerta, esta vez era Armando que me venía a buscar.- ¿estás preparado?- si – Conteste. Nos dirigimos hacia estafeta que era la zona que íbamos a correr los dos, ya que mi padre había corrido allí en sus tiempos mozos. Estafeta era uno de los tramos más peligrosos ya que era muy difícil correr todo el tramo ya que los toros solían rebasarte y aquí era donde tenias que saber en qué momento hacerte a un lado e incluso cavia la posibilidad de que quedaran toros descolgados y eso era muy peligroso, de todas formas intentaríamos correr hasta telefónica. A las siete ya nos hallábamos con otros corredores periódico en mano enrollado haciendo ejercicios de calentamiento algo muy importante para así no sufrir un tirón en plena carrera, al poco llegaron Gerardo y Juan. Poco a poco la calle se fue llenando de gente y a mi conforme se acercaba la hora más nervioso me encontraba. Armando y sus amigos me decían- Vaya cojones has tenido correr la primera vez e ir a elegir los toros de Miura, morlacos de más de seiscientos Kilos de peso-.
A las ocho en punto sonó el chupinazo anunciando que salían los toros de la cuesta de Santo Domingo. En poco más de minuto y medio los tendríamos aquí. Minuto y medio que a mí me pareció una eternidad cuando de repente Armando me toco en el brazo y me hizo un movimiento con la cabeza, me gire y vi como tomaban la curva de mercaderes, en ese momento me eche a correr….

José Manuel Angulo García
Zaragoza España

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