El galope del caballo delataba la rapidez con la que su jinete quería llegar a su destino, el pueblo de Dantes Creek. Desde que su comandante se lo había ordenado no había parado ni a comer ni beber. La batalla que se desarrollaba unas cuantas millas atrás estaba decantándose a favor de la caballería confederada al mando del General Wallace, los habían desbordado por completo haciendo que se retiraran sin orden ni concierto a los hombres del General Aaron Smith de la Unión. Los sanguinarios de Wallace como así llamaban a este batallón era uno de los peores a los que se habían enfrentado hasta la fecha, reclutados en tabernas de mala monta no tenían ética ni para ellos existía el código de honor, matando a todo aquello que se les ponía al alcance de sus rifles, sables y pistolas, no respetaban a mujeres ni a niños, saqueando todo aquello que se ponía a su alcance.
Cuando llegué a Dantes Creek y dije a sus ciudadanos que tenían que disponerse a evacuar o defender el pueblo de los sanguinarios de Wallace todos se echaron a temblar, pero todos al mismo tiempo se dispusieron a defender sus casas, les dije que no podían contar con muchos efectivos de la Unión ya que prácticamente habíamos sido diezmados en batalla, aun así me comprometí llegar al pueblo con 50 hombres para defenderlo hasta la muerte.
Volví a cabalgar al encuentro de nuestra caballería mientras dejaba preparando a los hombres del pueblo la defensa, que consistía en emplazar barricadas de primera línea haciendo así que tuvieran que saltarlas los confederados estando estos a nuestro merced para dispararles desde los tejados.
Cuando llegue al campamento donde se estaban rehaciendo nuestros hombres, en sus ojos vi desesperación, tristeza y abatimiento. El General Smith ya me estaba esperando en su puesto de mando, con dos breves frases le puse al corriente pidiéndole a continuación a 50 de mis compañeros de armas para ayudar a las pobres gentes que habían decidido quedarse para defender lo suyo, sin dudarlo dijo que si y me puso al mando.
Me dirigí a las tiendas donde descansaban los soldados y pedí 49 voluntarios para una lucha de la cual seguramente no regresaríamos con vida, al instante 100 manos alzaron las manos dispuestos para la lucha, teniendo que verme en la obligación de elegir, algo que yo no quería pero que imaginaba. Cogimos lo imprescindible y marchamos durante todo el día para ayudar a las buenas gentes de Dantes Creek.
Cuando llegamos nos recibieron con aplausos y vítores, sus caras sin embargo mostraban desesperación y miedo, aunque mucha determinación. Descabalgamos y nos preparamos para lo que nos vendría a continuación. A lo lejos ya veíamos la polvareda que levantaban los cascos de los sanguinarios de Wallace, no quedarían mas de dos horas antes de que se abalanzaran contra nosotros, estábamos prestos a defender el honor de aquella pobre gente que ninguna culpa tenia de la guerra que habíamos iniciado. A Frank le mande a lo alto de la Iglesia es nuestro mejor tirador, a los demás los dispuse para intentar coger a los de Wallace en un fuego cruzado y que su primera oleada tuviera que retirarse con el mayor numero posible de bajas, solo así tendríamos alguna posibilidad de salir con vida de aquella situación. La suerte que teníamos era que no podían atacarnos por la espalda ya que el pueblo se hallaba situado con una montaña detrás con lo que solo podían atacar por delante. De repente escuchamos un gran estruendo de cascos de caballos y una corneta, los de Wallace se disponían a asaltarnos con todo, se veía que no querían perder mucho tiempo.
Empecé a dar ordenes y a dar tranquilidad “no disparéis aun, esperar a mi señal” repetía una y otra ve incansable, monte a caballo desenfunde el sable y recorrí nuestras defensas de arriba abajo para dar tranquilidad, en el mismo momento que me divisaron empezó una descarga de fusilería para abatirme. “No tireis aun, esperar a mi señal” repetía una y otra vez incansable. Ellos venían cabalgando, gritando y disparando, cuando los tuvimos a 100 metros mande la primera descarga, algo que los sorprendió cayendo al suelo los primeros jinetes, se acercaban deprisa y al galope lo que supuso que en un santiamén se pusieron a la altura de nuestra barricada saltando por encima de ella, al primero de los jinetes lo traspase con mi sable, el segundo me desmonto de un golpe, no matándome de milagro. Me levante pegándole un tiro a bocajarro destrozándole la cara, cuando la mayoría de los jinetes estuvieron en mitad de la plaza, ordene disparar a discreción, causándoles gran multitud de bajas, en sus caras se mezclaba estupor y desesperación a la vez al encontrarse con una situación que a ellos les era desconocida hasta entonces, nosotros también sufrimos varias bajas, menos de las que yo esperaba a decir verdad. Giraron retirándose, volviendo por el camino que habían llegado. Aun resonaban los últimos disparos cuando volvieron de nuevo a la carga, esta vez tirandonos dinamita causándonos demasiadas bajas para mi gusto. Mande retirarnos hasta la segunda línea de defensa para ofrecer mayor resistencia, a los combatientes que tenia dentro de las casas les mande a los tejados para que se vieran menos expuestos por si tiraban mas dinamita.
Les dejamos entrar libremente hasta el mismo centro de la ciudad, nosotros nos encontrábamos tendidos por los tejados y rincones de las calles esperando que se relajaran para así jugar mejor nuestras bazas. Desde mi posición veía como se miraban unos a otros preguntándose donde demonios estaríamos;” ¿habrán huido? decían,¡ no puede ser! contestaban otros,¿ por donde si hace un momento estaban aquí?”. En el momento que mas relajados estaban di la orden de disparar a discreción, las balas les empezaron a llover desde todas direcciones, los jinetes empezaron a caer con caras de estupor, respondiendo al fuego sin saber hacia donde o hacia quien disparaban, su única solución paso por tirar cartuchos de dinamita hacia las casas y así consiguieron frenar la granizada de balas por parte de los defensores del pueblo. Yo por mi parte mandaba disparar una y otra vez hacia los jinetes, para que así no decayera la defensa. Desmontaron buscando protección entre las casas dando comienzo a una lucha casa por casa y calle por calle, cuando peor estábamos ya que cargaba el resto de la caballería que se encontraba en campo abierto y sabiendo que aquel era nuestro fin, oímos a lo lejos un toque de corneta esperanzador, no eran otros que nuestros compañeros de armas acudiendo en nuestra ayuda, cargando contra lo que quedaba de los sanguinarios de Wallace. Al acabar la jornada de los doscientos hombres que habíamos empezado defendiendo el pueblo quedábamos setenta y cinco entre los habitantes y los militares que habían acudido en su ayuda. Desde entonces salimos en los libros de enseñanza militar; “La defensa del pueblo de Dantes Creek”.
FIN
José Manuel Angulo
Zaragoza
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1 comentario:
Muy bueno....dicen que las mejores batallas son las que salen desde el alma hacia los cañones...Nadie defiende mejor lo suyo que aquel que lo ha sufrido...Me puse en escena y creeme, he mirado desde banquillo VIP la batalla.
Besos.
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